Una década para repensar el negocio bancario

En nuestro último post tomamos nota de las claves apuntadas por Deloitte en su estudio sobre la “Perspectiva de la industria bancaria y los mercados de capitales para 2020”, y anunciábamos que nos adentraríamos en su contenido en alguna entrega posterior. Dado el interés del estudio para un sector tan estratégico y fundamental, profundizamos ahora en los principales puntos de dicho análisis.
Cabe señalar solo a modo de obligatorio matiz que todas estas previsiones son válidas antes del estallido de la crisis a nivel mundial por la pandemia COVID-19. Las mantenemos en tanto en cuanto marcan el camino a seguir en un escenario de normalidad, escenario que sin duda, lo asumimos, puede verse enormemente sacudido en los próximos meses.

La complejidad de regular un mercado global

Uno de los retos que afronta el sector es el de la convivencia entre una globalización que no se detiene y unas necesidades regulatorias cada vez más amplias y diversas. La dificultad de la convivencia no solo viene dada por los diferentes intereses según la escala (local, regional, continental), a la que afecte, sino también por las materias que debe abordar, cuyas prioridades varían en diferentes lugares del mundo: normativas contables, privacidad y protección de los datos, transparencia en el acceso a la información, ciberseguridad, tasas interbancarias, pruebas de estrés, etc.
A ello se suma la presión de los nuevos players. “A medida que las fintechs se convierten en la corriente principal, la cuestión de la mejor manera de regularlas se ha vuelto más urgente”, afirma el documento. Por un lado, se busca libertad para experimentar e innovar sin una regulación sofocante, por por otro, se desea un cierto grado de certeza regulatoria para garantizar inversiones que valgan la pena a largo plazo.
“En medio de la fragmentación regulatoria global, las instituciones financieras, especialmente aquellas con grandes operaciones globales, están bajo una presión significativa para conciliar las demandas de jurisdicción local y las regulaciones de su país de origen. Las instituciones más pequeñas tampoco son inmunes a estos flujos y reflujos regulatorios. Con la expectativa de que continúe la divergencia, junto con cierta inestabilidad geopolítica y la posibilidad de una recesión económica, los bancos pueden prepararse mejor si continúan su viaje de modernización del cumplimiento utilizando las últimas tecnologías de gobierno, riesgo y cumplimiento”, concluyen en este sentido los autores del texto.

Brechas, aspectos humanos y cultura corporativa

Estamos inmersos sí o sí en un período de transformación digital, que en el caso concreto de la banca se manifiesta en aspectos como la gestión de datos, la modernización de sus infraestructuras, la adopción de la inteligencia artificial (IA) y la migración a la nube. Pero las velocidades no son iguales, hasta el punto de que las empresas norteamericanas están destinando a nuevas tecnologías la mitad de todo su presupuesto de IT, por solo una cuarta parte en el caso de sus colegas europeas. Una diferencia que genera una brecha incremental, y por tanto más difícil de reducir a medida que transcurre el tiempo.
“2020 podría ser el año de construir y migrar”, se asegura en este epígrafe, mientras que la adopción de la Inteligencia Artificial resulta tanto más rentable en cuanto se hace a escala dentro de una organización, y no compartimentalizada. Para aprovechar todo ese potencial resulta especialmente necesario “repensar la arquitectura de datos” si se pretende de veras evolucionar de firmas centradas en producto a firmas centradas en clientes.
Y a ello hay que sumar el lado humano y la cultura corporativa, compañeras de viaje innegociables de la transformación digital. “La mayoría de las veces, el éxito o el fracaso puede depender de cuestiones culturales más que técnicas. Solo las instituciones financieras que construyen una cultura colaborativa e innovadora para impulsar el cambio pueden lograr retornos reales en sus inversiones en tecnología en la próxima década”. Se puede decir con más palabras, pero no más claras.

Asumir la alianza con la tecnología

Se atribuye a Einstein aquella máxima de que no se puede hacer las cosas siempre de la misma forma y esperar resultados diferentes. Cuando hablamos de banca hablamos de riesgos. Y hablamos de riesgos tanto financieros, que serían de carácter endógeno a la propia actividad; como no financieros, es decir, exógenos, pero de alto impacto. La próxima década es la que pondrá a prueba la capacidad de la industria para seguir modernizando su gestión de riesgos.
Si se quiere llegar a buen puerto, hay que empezar por eliminar las gestiones de riesgos aisladas y redundantes, porque son poco eficientes tanto en costes como en capacidad para que la primera línea asuma mayores responsabilidades. Lo segundo sería aprovechar de verdad las nuevas tecnologías, que pueden “ayudar a los bancos a remodelar su programa de gestión de riesgos de maneras más significativas”. Esto significa ir a por la automatización robótica de procesos (RPA), a por el machine learning y a por el procesamiento de lenguaje natural, entre otros.
Pero ojo, porque nuevas tecnologías implica también nuevos riesgos derivadas de las relaciones con terceros, que exponen potencialmente al uso indebido de información, al robo de la misma, a fallos del sistema, a interrupciones comerciales o al incumplimiento normativo.
Todo lo anterior implica poner fin a una proliferación histórica de sistemas heredados dispares, que ha limitado la capacidad de capturar, medir e informar datos. Datos de calidad solo pueden venir de la mano de mejores arquitecturas de datos.

Nuevos actores, plataformas y servicios ampliados

Y finalizamos este recorrido por el informe de Deloitte con un asunto al que sin duda debemos prestar atención: la banca minorista. Es un subsector con un comportamiento cuanto menos curioso en los últimos años: tasas de interés mínimas o negativas, crecimiento de los depósitos y del endeudamiento a nivel consumo, y a la vez una disminución constante en el número de entidades y sucursales.
Al margen de la evolución comercial, los bancos buscan “experiencia de cliente”, y es un apartado que se les resiste a pesar del incremento en el uso de canales digitales; entre otros motivos, por la entrada de actores no bancarios que capturan una gran cuota de mercado, como sería el caso de Quicken Loans, el mayor emisor de hipotecas en este momento en EEUU. Otro tanto sucede en asia con las Fintech, los nuevos jugadores dominantes. Y en países como Australia, el Reino Unido y la Unión Europea, la banca abierta (open banking) echa cada vez más raíces.
Para finales de la década de 2020 “podrían existir menos bancos minoristas”, aventura el documento. “Como resultado, la naturaleza y el grado de competencia probablemente cambiarán; los fintechs supervivientes deberían convertirse en actores principales y los titulares tradicionales recalibrarán sus estrategias”. No es para nada descabellado apuntar que bancos y terceros se asociarán para crear plataformas dominantes en el ecosistema, con un abanico de servicios cada vez más amplio.
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Se espera que las innovaciones de productos se centren en el bienestar financiero de los clientes y conecten estrechamente los servicios de préstamos, pagos y gestión de patrimonio. Más experiencia de cliente con una mejor conectividad y un ecosistema de APIs, para ofrecer “asesoramiento” contextual y en tiempo real, mientras se protegen factores críticos como la privacidad.
En todo caso, para este 2020 en marcha pero que ha comenzado tan tambaleante debido a la pandemia COVID-19, las expectativas iniciales son de un afianzamiento de la banca abierta, que “puede amplificar y acelerar los esfuerzos de transformación digital de los bancos y la aparición de nuevos modelos de negocio”. Unas expectativas en las que “si bien el potencial al alza es enorme, hay mucho en juego”, así que se trata, también, de ser “selectivos” en la forma en la que se implementan las prácticas open banking.
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